martes, 30 de agosto de 2011

"MÁS QUE FILOSOFÍA DEL DERECHO" Por Sebastián Rodriguez y Diego León Mora


Por oposición al oscurantismo, la llegada del siglo de las luces configura una pauta de reestructuración social, la arquitectura composicional de la sociedad recientemente moderna establece la posibilidad del nacimiento de corrientes tales como el enciclopedismo, que inspiradas en el auge científico renacentista; propenden por sistematizar el conocimiento. Es precisamente la obra de Diderot y D’alambert la que ataca directamente la posición cosmogónica eclesiástica y radica el punto de partida para toda crítica futura.
Con la sociedad francesa en profunda decadencia por la diferencia económico-social y la deplorable administración monárquica, ciertas teorías que difieren del sistema impuesto para el momento, adquieren una fuerza creciente para afrontar la inexorable necesidad de cambio. Así, Montesquieu con una teoría profundamente “revolucionaria”, va a proponer que las leyes no son producto ni de la naturaleza per se, ni mucho menos de la naturaleza del hombre; partiendo de la base del “Leviatán” de Hobbes que radica la naturaleza del ser humano como altamente peligrosa y por consiguiente, va Montesquieu a predicar el nacimiento de las leyes como una realidad netamente social, pues es la sociedad la que pretende establecer el control relacional de los individuos que la componen en pro del bienestar de la misma; para lo cual es necesario que el conjunto de voluntades que la conforman se subyugue a una sola voluntad (Estado) y de ahí se sigue inescindiblemente que debe defenderse el espíritu de las leyes.
No obstante, Montesquieu no se queda simplemente en la condición contractual que ya había planteado Hobbes, sino que propone una prescripción del monstruo estatal, para prevenir el abuso del poder que posee, y garantizar el funcionamiento apropiado de la sociedad y sus asociados. Nace así la teoría de la separación de poderes, que si bien ya habría radicado Locke, va a tomar fuerza concreta con Charles Louis de Secondat.
Esta idea entonces contrasta con el nuevo contractualismo, quizás el verdadero, de Jean Jacques Rousseau, que va a tomar de Grecia el concepto de democracia directa, para llevarlo a sus últimas instancias y transformarlo acorde con la sociedad francesa que le era contemporánea y establecer la soberanía en el pueblo a través del “contrato social”, éste, establecía los conceptos de “mandante” y de “mandatario”, que si bien se han malinterpretado en la sociedad actual, llevan consigo todo el núcleo de la idea de soberanía popular que sustentaba el poder político como lo que posteriormente llamará Hegel, la objetivación de las voluntades de la sociedad civil; en otras palabras, el Estado.
Llegada la revolución francesa, tras las sátiras inigualables de Voltaire y con conocimiento de las teorías expuestas tanto por Montesquieu como por Rousseau[1], cambia de manera radical el mundo, pasando a la modernidad y dando cabida al capitalismo con la imposición de la fuerza burguesa en la clase dominante. Mientras tanto en Alemania, crecían sobremanera las ideas de Immanuel Kant.
Kant revolucionaba por su parte el mundo de la filosofía en casi toda su extensión, toda vez que se proponía confluir las corrientes predominante hasta el momento como lo son el Empirísimo y el Racionalismo; dando cabida al idealismo subjetivo que parte de los juicios aristotélicos para entablar una teoría novísima del conocimiento. No obstante Kant no se limitó a la epistemología, sino que, yendo más allá del problema específico del método, centró su atención tanto en ética como la estética, siendo la primera la que compete a este escrito dadas las circunstancias políticas en el buen sentido griego. Planteó así la necesidad de la autonomía en el hombre, conseguida a través de la Razón como punto de partida tanto para el conocer como para el obrar, pues quien fuere autónomo en sentido kantiano lleva consigo la comprensión y la adopción de la ley como parte integral de su quehacer constante, éste proceso fue denominado como “mayoría de edad kantiana” y da las bases para la interpretación de la diferencia entre moral y ética llegando Kant a afirmar que la segunda, aún cuando parezca imposible, puede (y en algunos casos debe) ir en contra de la primera. Así, de Kant obtenemos la capacidad de racionalizar la ley no como un método represivo, propio de las sociedades primitivas, sino como un método de funcionamiento que ante todo es necesario o en términos más acordes, imperativo dada la condición inexorablemente moral del hombre. Todas estas ideas va a tomarlas Hegel para radicar su idealismo objetivo y posteriormente el proceso dialéctico que llevará, a raíz de la decadencia ultra industrial y opresiva, a que Karl Marx formulara una visión sociológica basada en la economía como estructura fundamental del hombre en sociedad.
Luego entonces, Marx va a adoptar la dialéctica como método que supera la lógica, para explicar la evolución de la sociedad (afirmando además que el derecho es una invención de la misma y por lo tanto perecedero) en términos productivos dándole al hombre una historicidad con base en la satisfacción de las necesidades primarias y la consecuente agrupación que dicha satisfacción requería, naciendo entonces la sociedad del trabajo. Desde un comunismo primitivo, pasando por el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo; Marx va a analizar un proceso constante y teleológico de revoluciones que se dirige sin lugar a dudas al establecimiento de una sociedad sin opresión que denominó “comunismo”. Desde luego que el proceso de llegada al comunismo no podría darse directamente de la diferencia abrumadora de clases que está intrínseca en el capitalismo, sino por el triunfo hipotético del mismo, que radicaría el último bastión para que el hombre proletario se reconociera como ser genérico y tomará para sí las riendas de la historia y por ende de la producción; desterrando la supremacía burguesa y dando cabida a la equidad y posteriormente la justicia en un estado socialista, dada la condición perentoria de todas las demás clases sociales.



[1] Cabe aclarar que ninguno de los dos pudo llegar a atestiguar el proceso de Revolución en 1789.

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